lunes, 14 de marzo de 2022

El Tema

 



Cuántas grandes historias tienen un principio en la popa de un barco. Por las grandes chimeneas emerge un turbio humo blanco que procede de las entrañas de la propia nave que, avanzando a toda máquina, deja turbulencias en el mar. Las mismas turbulencias que deja el pasado de quienes protagonizan historias desde la cubierta. Miran atrás y las maletas de sueños quedan plantadas en el malecón de los recuerdos. Avanzando con la mirada en proa y sumando crestas, cada ola les conduce más y más lejos, hasta que las millas marinas son la frontera del futuro. La línea que traspasa el olvido para dejarlo borroso, casi imperceptible, lejano. Luego la vida enfoca un punto de fuga en el horizonte a donde irán a parar casi todos los sueños. 

 Pero el destino está escrito, “maktub” dicen los árabes. Y en parte parece que es así, pero cada uno es capitán del timón de su vida y virar en el momento adecuado puede evitar consecuencias no deseadas.  Eso le estaba contando un caballero a una dama que se sintió indispuesta y arrojó la cena por la borda. Amablemente pidió permiso y extrajo un pañuelo blanco perfectamente doblado y lo extendió a la mujer para que secara los sudores del mal trago.

   –Gracias caballero. –le dijo, mientras le devolvía el pañuelo sin desplegar–

   –No señorita, haga uso de él todo el tiempo que necesite. Me presento. Mi nombre es Curtis. Curtis Jefferson.

   –Elena. Elena Pastora. Es usted muy amable. Ya no quedan caballeros como los de antes.

   –Quedan, se lo aseguro. ¿Puedo putearla?

Elena estalló en una carcajada y de repente todos los mareos desaparecieron súbitamente. Se tapó la boca con la mano, para evitar ser incorrecta en demasía.

   –Sr. Curtis, me temo que su español le ha jugado una mala pasada. Pero puede “tutearme” y me tomo la liberad de hacer lo mismo contigo.

Sonrojado. Pidió disculpas, no sabiendo muy bien dónde estaba el error. Algo, que más tarde la señorita Pastora le susurraría al oído entre risas, besos y caricias, mientras se deslizaban sobre las sábanas de la litera doble del camarote con balcón de Mr. Jefferson.

    Por la mañana tocaron a la puerta. “¡Toc Toc! Llegamos  a puerto en veinte minutos.” La misma frase se iba repitiendo cada vez más apagada a lo largo del pasillo con todas las puertas. Elena despertó, con mucho sueño. Al abrir los ojos no estaba Curtis. En un primer momento pensó, que se estaba duchando. Se levantó, pero no escuchó ningún ruido de agua. ¿Curtis? Nadie contestó en el camarote. Se vistió inmediatamente y salió hacia el Hall. Allí observó a Curtis junto a una dama y dos niños. Se le acercó rápidamente para pedir una explicación. Pero escuchó la conversación de un hombre canoso, que hablaba con el oficial de cubierta.

  –Me llamo Curtis Jerfferson. Tenía un camarote doble en la cubierta superior y alguien me puso algo en la copa y he despertado junto a la bodega de carga.

  –Elena, se le acercó. Disculpe señor. Permítame. Y le acercó un pañuelo doblado con las iniciales C.J.

  –Señorita, mmm gracias… Sii es mío...  se me debió caer anoche en el bar. ¿Cómo...cómo...?

  –Sí, lo cogí yo. Aquí lo tiene.

El pasaje empezó a salir por la pasarela que daba al muelle de la estación marítima.

Elena a lo lejos vio de nuevo al hombre que había dormido con ella, se subía a un taxi junto con la mujer y los niños. Fue corriendo, más frenó en seco al observar otro hombre igual. Un gemelo, que también se subía al automóvil. Se plantó sobre la pasarela y empezó a reír.

En el taxi, Martina le pidió a Gregorio.

–Cuñado, dónde has pasado la noche, porque dice tu hermano que no has venido a dormir.

–He tenido un tema –dijo seriamente–

–Mariano, miró por la ventana cuando el taxi ya partía y saludó a la mujer sobre la pasarela, que no paraba de reírse y él también se contagió con la risa.

 –¿A quién saludas? Cariño.

 –Al hombre canoso del bar. Se llama Jefferson como el presidente americano.

Curtis Jefferson esgrimió el bastón y llamó: ¡¡Taxiii!!

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Parte 2…

Roberto era taxista desde hacía quince años cuando su suegro le vendió la licencia. En aquellos tiempos se podía ganar dinero, pero las cosas habían cambiado mucho desde entonces. El trabajo había menguado considerablemente, así que, acercarse al muelle a por algunos cruceristas y ofrecerles un paseo por la ciudad o algún pueblo alejado del centro se podría definir como un golpe de suerte.

   Cuando entraron en el taxi de seis plazas dos hombres iguales, una mujer y dos niños y le preguntaron para ir a una dirección de un castillo a 80 km. La adrenalina le subió a niveles estratosféricos. Igual salvo el día –pensó– Cargó en la parte trasera dos maletas Samsonite black una Delsey estampada y una maleta con Pluto y sus amigos. Uno de los hombres se sentó delante, serio, con un maletín de piel que colocó entre sus piernas.

En la parte trasera, la dama dijo:

–¿A quién saludas? Cariño.

–Al hombre canoso del bar. Se llama Jefferson como el presidente americano.

Roberto miró por el retrovisor, sin decir nada y partió rápidamente.

En la estación un hombre canoso llamaba al taxi de la cola, esgrimiendo un bastón con la empuñadura plateada en alto.

Tiró la maleta directamente en el asiento posterior y azuzó al conductor para que siguiese al taxi que le precedía. Justo antes de arrancar sin demora, la puerta se abrió bruscamente.

–Sr. Curtis, permítame que le acompañe en su viaje.

Elena desplazó el bastón y se sentó junto a Curtis que no daba crédito de tan disparatada situación. Mostró su identificación al conductor y le ordenó seguir al taxi de seis plazas, que partió haciendo un estruendo al derrapar los neumáticos contra el asfalto.

–Sr. Curtis  Jefferson. Soy inspectora del departamento contra el fraude de la Policía Nacional y creo que usted y yo estamos interesados en el mismo maletín de piel.

– Señorita, no sé de qué me habla.

El taxi pegó un frenazo inesperado en mitad de la autovía, siendo recriminado con bocinazos por los coches que se vieron involucrados.

– Mierda!! Dijo y haciendo marcha atrás tomó el desvío. Casi se me escapa.

–Sr. Curtis o prefiere que le llame José Alfaro, “Pepe Manitas”, ladrón de guante blanco. Usted se apoderó del maletín y debía entregarlo junto con todo su contenido a la organización que contrató sus servicios. Pero digamos que alguien se aprovechó de su trabajo y ahora ya no está en su poder. Podría detenerle ahora mismo, acusado de robo.

–Pero no lo va a hacer –respondió cortando el monólogo fríamente– En el maletín hay una plancha. Pero yo tengo…. De repente, deslizó el botón que abría la tapa del puño plateado del bastón y se tomó la pastilla blanca que contenía… Cuatro segundos más tarde una espuma blanca se deslizaba por la comisura de su boca.

El taxista atónito soltó un, ¡Joder con el viejo!

–Por lo que más quiera, no me pierda a ese taxi. ¡Mierda!

 

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Parte 3....

 En media hora llegaron a un pueblecito que tenía un gran castillo medieval situado sobre una montaña. Su base la rodeaba un amplio recinto que en su día tenía una docena de casas. Finalmente, una antigua muralla acordonaba toda la zona.

 

–Estamos cansados –protestaban los niños, lamiendo las ventanillas traseras–. Uno de ellos, liado con una piruleta, impregnaba el asiento con los dedos de caramelo.

–Ya hemos llegado. Martina, encárgate de ellos mientras nosotros hacemos unas gestiones. Aquí a la derecha hay una plaza grande y bares donde podéis refrescaros. ¡Vamos Mariano! –le dijo, haciendo ademán de apresurarse–

 

Gregorio y Mariano tomaron una callecita estrecha que subía directamente hacia el castillo. El maletín de piel en la mano izquierda y ajustada debajo de la americana una Glock de 9mm. por si las cosas se ensuciaban.

El automóvil se paró a una distancia prudencial para no ser advertidos. Y tras decirle al taxista que le esperara allí, Elena, bajó rápidamente del coche y se dispuso a seguir a los gemelos.

–Cuando se lo cuente a los compañeros no me creerán. – se dijo en voz alta el taxista– Y yo con un muerto en el asiento de atrás.

 

Las pastillas de Kryolan están revestidas con una gelatina que en contacto con la saliva generan una espuma blanca en la boca, son perfectamente digeribles y no son nocivas. Curtis abrió un párpado y dejó de hacerse el muerto. Asió el bastón con fuerza y golpeó con el puño metálico la cabeza del conductor al que dejó inconsciente. Bajó del taxi y en vez de seguir a la mujer, tomó la calle paralela que también subía hacia el castillo. Amartilló la Beretta, pues estaba convencido que se iban a torcer las cosas. Esa plancha tenía un precio y no iba a irse con las manos vacías.

Los gemelos llegaron a la muralla y en el portal principal dos hombres franqueaban la entrada bajo el arco de medio punto de dovelas fabricadas en arenisca. Uno de ellos intentó cachearlos, pero Gregorio le disuadió con la una frase comodín del tipo, si no quieres perder la sonrisa es mejor que no me pongas una mano encima. Tenían elegancia, depuraban buenas formas, pero algo en ellos delataba que podían ser peligrosos. Los porteros permitieron el acceso al recinto siendo acompañados hasta una pequeña casa a unos pocos metros.

–Sir. James les atenderá en breve. Dijo un criado con pinganillo. ¿Desean tomar algo?

–¿Tiene agua fresca? Preguntó Mariano que tenía la boca seca del viaje.

–En seguida. Tomen asiento en el jardín, si lo desean.

 Unas cómodas sillas de mimbre con cojines estampados, invitaban a relajarse. La fuente donde unos peces no dejaban de sacar agua por la boca, inundaba con su sonido característico la estancia, donde no se oía ni un pájaro. Ni un solo pájaro.

 –¡Vaya, vaya! Quién me iba a decir que vendrían a visitarme los Sánchez. Conocí a vuestra madre en Egipto, en un crucero por el delta del Nilo. Qué hermosa era y bondadosa.

El lacayo vino con una bandeja y una jarra llena de agua. La depositó sobre la mesa y cogió dos vasos de la vitrina del jardín, añadió unos hielos y vertió agua en ellos. Sir James, hizo un gesto en señal de agradecimiento, dando a entender que podía prescindir de sus servicios.

–Continuó James– No podría decir lo mismo de vuestro padre. Era un hijo de puta.

–No hemos venido hasta aquí para que nos lea todo el árbol genealógico de la familia. Soltó Gregorio, molesto por el improperio hacia su progenitor. Mariano asintió bebiéndose de un trago todo el vaso de agua y se lo rellenó.

–Disculpen. No era mi intención. Era por romper el hielo. Pero bueno si quieren ir directamente al asunto que les ha traído por mí podemos empezar.

Gregorio levantó el maletín de piel y lo puso sobre la mesa. Cuando lo iba a abrir, apareció en escena alguien que en voz alta dijo: ¡No tan rápido amigos!

Curtis Jefferson les apuntaba con una Beretta.

 

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Parte 4 y última.

 -Bueno…. Bueno.. Buenoo… –Dijo Sir. James..  con un acento británico-gibraltareño– Como dicen en su país: “Éramos pocos y parió la abuela”.

 Sir James Turner García nació en Gibraltar. Hijo de un militar británico y Rocío García una profesora gaditana de la Línea. Se conocieron en un tablao flamenco, una noche en que todo el grupo de logística y servicios de la British Royal Navy buscaron cruzar la frontera para refrescar los gaznates. John Turner cayó prendido cuando la vio entre un grupo de amigas y torpemente balbuceó un español que causó las chanzas de todas ellas. Rocío no podía soportar el carácter inglés y despreció al joven. Pero éste insistía y cada jueves, cruzaba la frontera para acompañarla en su Norton ES2 con sidecar a Algeciras para dar clases particulares a un grupo de estudiantes y regresarla a casa. Y como dice el refrán…quien desprecia al burro con él se queda… seis meses más tarde contraían matrimonio y nueve meses después nació James, una criatura de cuatro quilos, gracias a una gran intervención de Miss Carol la matrona del Royal Naval Hospital gibraltareño.

No aprendió de su padre ni de su madre la virtud de la ética profesional, la lealtad, ni el coraje militar y frecuentaba los lupanares desde Algeciras hasta Huelva. En Barbate conoció a un contrabandista marroquí y empezó a hacer negocios con él hasta que finalmente un soplo “anónimo” lo entregó a la Guardia Civil y él se tuvo que quedar con la clientela. Ahora el negocio era la información.

 

–Pepe el manitas… –Dijo, encendiendo un habano y largando una gran bocanada de humo al aire– No esperaba tan grata visita. Baja la pistola, hablemos de negocios.

Los gemelos también bajaron las manos y Gregorio hizo ademán de usar la Glock, pero el anfitrión de la casa le espetó: Caballero, somos profesionales no hará falta que haga uso de ella. Relájese.  ¡Bautista! Trae güisqui y hielo para enfriar la tensión.

–¡Viejo cabrón! dijo Curtis. Y enfundó el arma.

Los dos empezaron a reír y se dieron un fuerte apretón de manos.

–Estás igual que en Ceuta. No pasan por ti los años –le soltó con una doble intención–

–Pues tú estás más viejo –dijo el inglés de forma socarrona, devolviéndole la mano–

Se puso firmes y entonó:
A
lcemos la bandera,

la bandera de la patria,

su punta es una estrella…

y James acabó “que nos va anunciando el alba”.

Cruzaron de nuevo sus brazos envejecidos por la edad el sol y la mala vida y se mostraron el escudo de la legión que se hicieron en Ceuta. El moro Abdul se afanó en lograr el mejor resultado. Había llovido mucho desde entonces.

Los gemelos estaban sorprendidos al ver el cariz que había tomado la situación. De ir a vender el maletín que habían robado, gracias a un chivatazo de su fiel contacto en Madrid, a encontrarse con su víctima en casa del propio comprador y que éste se mostrase encantado de la reunión.

Me gustaría que nos sentáramos. Tengo que explicarles un par de cosas.

Mariano no esperó ni un segundo y ya estaba sentado escanciándose otro vaso de agua fresca. A lo que Gregorio no pudo sino mirarlo displicentemente, desaprobando este afán de sentirse cómodo.

Bautista vino con el güisqui y unos cuencos con quisquilla de Huelva recién traída en avión por la mañana. Los ojos de Gregorio perforaron a su hermano y evitó por un momento que su instinto le hiciera alargar la mano para disfrutar del marisco fresco.

Creo que todos habéis conocido a Elena. Alguno estrechamente –carraspeó para aclararse la voz y mostró una taimada sonrisa– Elena es hija mía, con mi tercera mujer. Ha sido clave en todo este entramado.

La organización que estaba interesada en el maletín trabaja para mí. Yo hice que solicitasen tus servicios –mirando a Pepe– Por cierto, me encanta lo de Curtis. Y vosotros dos recibisteis el chivatazo que hice que os dieran desde Madrid.

Un águila con las alas extendidas sobrevoló a gran altura, mientras escudriñaba el terreno por si algún roedor se despistaba.

 Los aeropuertos están más vigilados, por lo que era más fiable mover la mercancía por barco. El Sr. Curtis hizo un gran trabajo al robar la plancha. Sin embargo, la Guardia Civil me avisó que lo esperaban en el puerto de llegada. Así que no me quedó más remedio que moverles a ustedes en el juego. Robarían el maletín a Pepe, pues uno tiene que vigilar todos los contratiempos.

Elena hizo aparición en escena con un foulard floreado completamente veraniego anudado en la nuca, donde ahora acababa un recogido informal de su larga melena. Los gemelos estaban anonadados, lo que no fue impedimento para que Mariano degustase, ahora sí, un bocado de esos bichitos frescos con sabor a mar.  Curtis se sirvió de la caja de cigarros y tras guillotinar la punta, lo encendió con un Zippo plateado.

–Papá, chicos, Pepe, –dijo con una familiar formalidad– Y dejó sobre la mesa una caja de nogal.

Elena, –continuó– aprovechó la estancia en el camarote para sustraer la plancha del maletín como habíamos acordado sin que el apuesto gemelo se percatase, algo fácil para alguien como ella. Después lo único que hizo fue atenerse a un guion establecido y hacer que vinieran hasta aquí. Pidió disculpas, se levantó un momento y vino con dos sobres llenos de billetes, que deslizó sobre la mesa. Uno hacia los gemelos y otro hacia Curtis que exhalaba en círculos el humo del cigarro.

¿Entonces qué hay en el maletín? Preguntó Gregorio con cara de sorpresa.

La combinación es 1234 en la izquierda y 4321 en la derecha. Tras un primer click y un segundo, la tapa se abrió y Gregorio miró la plancha. –sonrió mordaz a Elena–
En efecto era una GHD UNPLUGGED styler black

Sin embargo, ya que están aquí y que no suelo dar puntada sin hilo, voy a aprovechar…     –cogió la caja de Nogal y se la dio a Bautista que permanecía quieto con las manos detrás, presto para atender a su amo en la menor brevedad posible– …para proponerles un negocio ventajoso para todos. Bautista se alejó con la caja hacia el interior de la casa.

El tema está en Ucrania Y desplegó unas carpetas con folios en su interior que contenían las instrucciones precisas. Una para cada uno.

Mariano se chupó los dedos. Y Elena lo miró lasciva.


                                                                                       © Peplluis Sanmartin


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