Cuántas grandes historias tienen un principio en la popa de un barco. Por las grandes chimeneas emerge un turbio humo blanco que procede de las entrañas de la propia nave que, avanzando a toda máquina, deja turbulencias en el mar. Las mismas turbulencias que deja el pasado de quienes protagonizan historias desde la cubierta. Miran atrás y las maletas de sueños quedan plantadas en el malecón de los recuerdos. Avanzando con la mirada en proa y sumando crestas, cada ola les conduce más y más lejos, hasta que las millas marinas son la frontera del futuro. La línea que traspasa el olvido para dejarlo borroso, casi imperceptible, lejano. Luego la vida enfoca un punto de fuga en el horizonte a donde irán a parar casi todos los sueños.
Pero el destino está escrito, “maktub” dicen los árabes. Y en parte parece que es así, pero cada uno es capitán del timón de su vida y virar en el momento adecuado puede evitar consecuencias no deseadas. Eso le estaba contando un caballero a una dama que se sintió indispuesta y arrojó la cena por la borda. Amablemente pidió permiso y extrajo un pañuelo blanco perfectamente doblado y lo extendió a la mujer para que secara los sudores del mal trago.
–Gracias caballero. –le dijo, mientras le devolvía el pañuelo sin desplegar–
–No
señorita, haga uso de él todo el tiempo que necesite. Me presento. Mi nombre es
Curtis. Curtis Jefferson.
–Elena. Elena Pastora. Es usted muy amable.
Ya no quedan caballeros como los de antes.
–Quedan, se lo aseguro. ¿Puedo putearla?
Elena estalló en
una carcajada y de repente todos los mareos desaparecieron súbitamente. Se tapó
la boca con la mano, para evitar ser incorrecta en demasía.
–Sr. Curtis, me temo que su español le ha
jugado una mala pasada. Pero puede “tutearme” y me tomo la liberad de hacer lo
mismo contigo.
Sonrojado. Pidió
disculpas, no sabiendo muy bien dónde estaba el error. Algo, que más tarde la
señorita Pastora le susurraría al oído entre risas, besos y caricias, mientras
se deslizaban sobre las sábanas de la litera doble del camarote con balcón de
Mr. Jefferson.
Por la mañana tocaron a la puerta. “¡Toc Toc! Llegamos a puerto en veinte minutos.” La
misma frase se iba repitiendo cada vez más apagada a lo largo del pasillo con
todas las puertas. Elena despertó, con mucho sueño. Al abrir los ojos no estaba
Curtis. En un primer momento pensó, que se estaba duchando. Se levantó, pero no
escuchó ningún ruido de agua. ¿Curtis? Nadie contestó en el camarote. Se vistió
inmediatamente y salió hacia el Hall. Allí observó a Curtis junto a una dama y
dos niños. Se le acercó rápidamente para pedir una explicación. Pero escuchó la
conversación de un hombre canoso, que hablaba con el oficial de cubierta.
–Me llamo Curtis Jerfferson. Tenía un
camarote doble en la cubierta superior y alguien me puso algo en la copa y he
despertado junto a la bodega de carga.
–Elena, se le acercó. Disculpe señor.
Permítame. Y le acercó un pañuelo doblado con las iniciales C.J.
–Señorita, mmm gracias… Sii es mío... se me debió caer anoche en el bar. ¿Cómo...cómo...?
–Sí, lo cogí yo. Aquí lo tiene.
El pasaje empezó
a salir por la pasarela que daba al muelle de la estación marítima.
Elena a lo lejos
vio de nuevo al hombre que había dormido con ella, se subía a un taxi junto con
la mujer y los niños. Fue corriendo, más frenó en seco al observar otro hombre
igual. Un gemelo, que también se subía al automóvil. Se plantó sobre la
pasarela y empezó a reír.
En el taxi,
Martina le pidió a Gregorio.
–Cuñado, dónde
has pasado la noche, porque dice tu hermano que no has venido a dormir.
–He tenido un
tema –dijo seriamente–
–Mariano, miró
por la ventana cuando el taxi ya partía y saludó a la mujer sobre la pasarela,
que no paraba de reírse y él también se contagió con la risa.
–¿A quién saludas? Cariño.
–Al hombre canoso del bar. Se llama Jefferson
como el presidente americano.
Curtis Jefferson
esgrimió el bastón y llamó: ¡¡Taxiii!!
Parte 2…
Roberto era
taxista desde hacía quince años cuando su suegro le vendió la licencia. En
aquellos tiempos se podía ganar dinero, pero las cosas habían cambiado mucho
desde entonces. El trabajo había menguado considerablemente, así que, acercarse
al muelle a por algunos cruceristas y ofrecerles un paseo por la ciudad o algún
pueblo alejado del centro se podría definir como un golpe de suerte.
Cuando entraron en el taxi de seis plazas
dos hombres iguales, una mujer y dos niños y le preguntaron para ir a una
dirección de un castillo a 80 km. La adrenalina le subió a niveles
estratosféricos. Igual salvo el día –pensó– Cargó en la parte trasera dos
maletas Samsonite black una Delsey estampada y una maleta con Pluto y sus
amigos. Uno de los hombres se sentó delante, serio, con un maletín de piel que
colocó entre sus piernas.
En la parte
trasera, la dama dijo:
–¿A quién
saludas? Cariño.
–Al hombre canoso
del bar. Se llama Jefferson como el presidente americano.
Roberto miró por
el retrovisor, sin decir nada y partió rápidamente.
En la estación un
hombre canoso llamaba al taxi de la cola, esgrimiendo un bastón con la
empuñadura plateada en alto.
Tiró la maleta
directamente en el asiento posterior y azuzó al conductor para que siguiese al
taxi que le precedía. Justo antes de arrancar sin demora, la puerta se abrió bruscamente.
–Sr. Curtis,
permítame que le acompañe en su viaje.
Elena desplazó el
bastón y se sentó junto a Curtis que no daba crédito de tan disparatada
situación. Mostró su identificación al conductor y le ordenó seguir al taxi de
seis plazas, que partió haciendo un estruendo al derrapar los neumáticos contra
el asfalto.
–Sr. Curtis Jefferson. Soy inspectora del departamento
contra el fraude de la Policía Nacional y creo que usted y yo estamos
interesados en el mismo maletín de piel.
– Señorita, no sé
de qué me habla.
El taxi pegó un
frenazo inesperado en mitad de la autovía, siendo recriminado con bocinazos por
los coches que se vieron involucrados.
– Mierda!! Dijo y
haciendo marcha atrás tomó el desvío. Casi se me escapa.
–Sr. Curtis o
prefiere que le llame José Alfaro, “Pepe Manitas”, ladrón de guante blanco.
Usted se apoderó del maletín y debía entregarlo junto con todo su contenido a
la organización que contrató sus servicios. Pero digamos que alguien se
aprovechó de su trabajo y ahora ya no está en su poder. Podría detenerle ahora
mismo, acusado de robo.
–Pero no lo va a
hacer –respondió cortando el monólogo fríamente– En el maletín hay una plancha.
Pero yo tengo…. De repente, deslizó el botón que abría la tapa del puño
plateado del bastón y se tomó la pastilla blanca que contenía… Cuatro segundos más
tarde una espuma blanca se deslizaba por la comisura de su boca.
El taxista
atónito soltó un, ¡Joder con el viejo!
–Por lo que más
quiera, no me pierda a ese taxi. ¡Mierda!
Parte 3....
–Estamos
cansados –protestaban los niños, lamiendo las ventanillas traseras–. Uno de
ellos, liado con una piruleta, impregnaba el asiento con los dedos de caramelo.
–Ya hemos
llegado. Martina, encárgate de ellos mientras nosotros hacemos unas gestiones.
Aquí a la derecha hay una plaza grande y bares donde podéis refrescaros. ¡Vamos
Mariano! –le dijo, haciendo ademán de apresurarse–
Gregorio y
Mariano tomaron una callecita estrecha que subía directamente hacia el
castillo. El maletín de piel en la mano izquierda y ajustada debajo de la
americana una Glock de 9mm. por si las cosas se ensuciaban.
El automóvil se
paró a una distancia prudencial para no ser advertidos. Y tras decirle al
taxista que le esperara allí, Elena, bajó rápidamente del coche y se dispuso a
seguir a los gemelos.
–Cuando se lo
cuente a los compañeros no me creerán. – se dijo en voz alta el taxista– Y yo
con un muerto en el asiento de atrás.
Las pastillas
de Kryolan están revestidas con una gelatina que en contacto con la saliva
generan una espuma blanca en la boca, son perfectamente digeribles y no son
nocivas. Curtis abrió un párpado y dejó de hacerse el muerto. Asió el bastón
con fuerza y golpeó con el puño metálico la cabeza del conductor al que dejó
inconsciente. Bajó del taxi y en vez de seguir a la mujer, tomó la calle
paralela que también subía hacia el castillo. Amartilló la Beretta, pues estaba
convencido que se iban a torcer las cosas. Esa plancha tenía un precio y no iba
a irse con las manos vacías.
Los gemelos
llegaron a la muralla y en el portal principal dos hombres franqueaban la
entrada bajo el arco de medio punto de dovelas fabricadas en arenisca. Uno de
ellos intentó cachearlos, pero Gregorio le disuadió con la una frase comodín
del tipo, si no quieres perder la sonrisa es mejor que no me pongas una mano
encima. Tenían elegancia, depuraban buenas formas, pero algo en ellos delataba
que podían ser peligrosos. Los porteros permitieron el acceso al recinto siendo
acompañados hasta una pequeña casa a unos pocos metros.
–Sir. James les
atenderá en breve. Dijo un criado con pinganillo. ¿Desean tomar algo?
–¿Tiene agua
fresca? Preguntó Mariano que tenía la boca seca del viaje.
–En seguida.
Tomen asiento en el jardín, si lo desean.
El lacayo vino
con una bandeja y una jarra llena de agua. La depositó sobre la mesa y cogió
dos vasos de la vitrina del jardín, añadió unos hielos y vertió agua en ellos.
Sir James, hizo un gesto en señal de agradecimiento, dando a entender que podía
prescindir de sus servicios.
–Continuó James–
No podría decir lo mismo de vuestro padre. Era un hijo de puta.
–No hemos
venido hasta aquí para que nos lea todo el árbol genealógico de la familia.
Soltó Gregorio, molesto por el improperio hacia su progenitor. Mariano asintió
bebiéndose de un trago todo el vaso de agua y se lo rellenó.
–Disculpen. No
era mi intención. Era por romper el hielo. Pero bueno si quieren ir
directamente al asunto que les ha traído por mí podemos empezar.
Gregorio
levantó el maletín de piel y lo puso sobre la mesa. Cuando lo iba a abrir,
apareció en escena alguien que en voz alta dijo: ¡No tan rápido amigos!
Curtis
Jefferson les apuntaba con una Beretta.
Parte 4 y
última.
-Bueno…. Bueno.. Buenoo… –Dijo Sir. James.. con un acento británico-gibraltareño– Como dicen en su país: “Éramos pocos y parió la abuela”.
No aprendió de
su padre ni de su madre la virtud de la ética profesional, la lealtad, ni el
coraje militar y frecuentaba los lupanares desde Algeciras hasta Huelva. En
Barbate conoció a un contrabandista marroquí y empezó a hacer negocios con él
hasta que finalmente un soplo “anónimo” lo entregó a la Guardia Civil y él se
tuvo que quedar con la clientela. Ahora el negocio era la información.
–Pepe el manitas…
–Dijo, encendiendo un habano y largando una gran bocanada de humo al aire– No
esperaba tan grata visita. Baja la pistola, hablemos de negocios.
Los gemelos también
bajaron las manos y Gregorio hizo ademán de usar la Glock, pero el anfitrión de
la casa le espetó: Caballero, somos profesionales no hará falta que haga uso de
ella. Relájese. ¡Bautista! Trae güisqui
y hielo para enfriar la tensión.
–¡Viejo cabrón!
dijo Curtis. Y enfundó el arma.
Los dos
empezaron a reír y se dieron un fuerte apretón de manos.
–Estás igual
que en Ceuta. No pasan por ti los años –le soltó con una doble intención–
–Pues tú estás
más viejo –dijo el inglés de forma socarrona, devolviéndole la mano–
Se puso firmes
y entonó:
Alcemos la
bandera,
la bandera de la patria,
su punta es una estrella…
y James acabó “que nos va anunciando el alba”.
Cruzaron de
nuevo sus brazos envejecidos por la edad el sol y la mala vida y se mostraron
el escudo de la legión que se hicieron en Ceuta. El moro Abdul se afanó en
lograr el mejor resultado. Había llovido mucho desde entonces.
Los gemelos estaban sorprendidos al ver el cariz que había tomado la situación. De ir a vender el maletín que habían robado, gracias a un chivatazo de su fiel contacto en Madrid, a encontrarse con su víctima en casa del propio comprador y que éste se mostrase encantado de la reunión.
Me gustaría que nos sentáramos. Tengo que explicarles un par de cosas.
Mariano no
esperó ni un segundo y ya estaba sentado escanciándose otro vaso de agua
fresca. A lo que Gregorio no pudo sino mirarlo displicentemente, desaprobando
este afán de sentirse cómodo.
Bautista vino
con el güisqui y unos cuencos con quisquilla de Huelva recién traída en avión
por la mañana. Los ojos de Gregorio perforaron a su hermano y evitó por un
momento que su instinto le hiciera alargar la mano para disfrutar del marisco
fresco.
Creo que todos habéis conocido a Elena. Alguno estrechamente –carraspeó para aclararse la voz y mostró una taimada sonrisa– Elena es hija mía, con mi tercera mujer. Ha sido clave en todo este entramado.
La organización
que estaba interesada en el maletín trabaja para mí. Yo hice que solicitasen
tus servicios –mirando a Pepe– Por cierto, me encanta lo de Curtis. Y vosotros
dos recibisteis el chivatazo que hice que os dieran desde Madrid.
Un águila con
las alas extendidas sobrevoló a gran altura, mientras escudriñaba el terreno
por si algún roedor se despistaba.
Los aeropuertos están más vigilados, por lo
que era más fiable mover la mercancía por barco. El Sr. Curtis hizo un gran trabajo
al robar la plancha. Sin embargo, la Guardia Civil me avisó que lo esperaban en
el puerto de llegada. Así que no me quedó más remedio que moverles a ustedes en
el juego. Robarían el maletín a Pepe, pues uno tiene que vigilar todos los
contratiempos.
Elena hizo
aparición en escena con un foulard floreado completamente veraniego anudado en
la nuca, donde ahora acababa un recogido informal de su larga melena. Los
gemelos estaban anonadados, lo que no fue impedimento para que Mariano
degustase, ahora sí, un bocado de esos bichitos frescos con sabor a mar. Curtis se sirvió de la caja de cigarros y
tras guillotinar la punta, lo encendió con un Zippo plateado.
–Papá, chicos, Pepe, –dijo con una familiar formalidad– Y dejó sobre la mesa una caja de nogal.
Elena, –continuó–
aprovechó la estancia en el camarote para sustraer la plancha del maletín como
habíamos acordado sin que el apuesto gemelo se percatase, algo fácil para
alguien como ella. Después lo único que hizo fue atenerse a un guion establecido y
hacer que vinieran hasta aquí. Pidió disculpas, se levantó un momento y vino
con dos sobres llenos de billetes, que deslizó sobre la mesa. Uno hacia los
gemelos y otro hacia Curtis que exhalaba en círculos el humo del cigarro.
¿Entonces qué
hay en el maletín? Preguntó Gregorio con cara de sorpresa.
La combinación
es 1234 en la izquierda y 4321 en la derecha. Tras un primer click y un segundo,
la tapa se abrió y Gregorio miró la plancha. –sonrió mordaz a Elena–
En efecto era una GHD UNPLUGGED styler black
El tema está en
Ucrania Y desplegó unas carpetas con folios en su interior que contenían las
instrucciones precisas. Una para cada uno.
Mariano se
chupó los dedos. Y Elena lo miró lasciva.
© Peplluis Sanmartin
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