Benalúa de Guadix (Granada) 7:00 am
Carritos del mercadona tuneados esperan haciendo cola llenos de lámparas, cables eléctricos, hasta tapas de alcantarillas algunos. Pronto van a abrir, pero los rumanos no quieren hacer cola e intentan pasar a un nigeriano que lleva una bicicleta con un cajón con dos planchas, una cafetera y lo que parece ser unas pesas de gimnasio. Un gitano pone paz mientras invita a tabaco de liar a los rumanos.
Y aparece Luis, el dueño de la chatarrería, -muy güenos días a todos- y se dirige mirando de reojo a los presentes hacia el interior del chamizo; coge la botella del primer cajón del archivador y se mete entre pecho y espalda una copa de brandy, esputa una flema verde que queda junto a la maceta de la entrada. Quita el candado y el personal va entrando con sus carritos llenos de todo tipos de metales a punto para colocar en la báscula que, marca todo lo que pesa y no pesa todo lo que marca.
9:00 am
Jaime y José, sus dos amigos y ayudantes, llegan tarde, pero vienen con un tipo con melena oscura y unas rayban aviator de espejo que esconden su mirada e intimidan. Tras las montañas de hierros está Luis despachando a una gitana que lleva plomo de tubería. Jaime y José llevan al forastero hasta éste y se lo presentan. Tras diez minutos de charla entra con un furgón y empiezan a descargar de la parte de atrás bobinas de cobre de tendido eléctrico de procedencia "peligrosa". Tras pactar el precio, paga y despacha al melenas y sonríe, acaba de hacer un buen negocio. Queda a las 9 de la noche en el bar del Jupe para celebrar la transacción con sus amigos. Atrás quedan los días de cárcel, los pases de pernocta y la comida de rancho. Bienvenidos al siglo del metal, lo único que parece que vale. Es más fácil fundir los metales que sacarlos de la mina.
9:00 pm
Luis ya está entonado cuando aparecen Jaime y José "los Jotas" como les llaman en Benalúa, se toman unas cañas y Luis les dice:
-Vamos a celebrar como toca, el negocio, mientras eructa hacia dentro. Se le desencaja la cara entre el alcohol y los vahos etílicos de su propio eructo.
Cogen la furgoneta de la chatarrería y enfilan la A92 hacia Granada, y se desvían al Club Las Palomas. Luis casi atropella al perro del parking y se rie como un descosido mientras sus amigotes le siguen. Pasar un rato en las Palomas con unas copas y unas zorras se le antoja un buen festejo para finalizar el día.
Acceden al recinto y toman posición en la barra. La camarera les da las buenas noches y les pide qué desean beber. Se piden unos cubatas, mientras en las mesas redondas con focos halógenos unas brasileñas rien falsamente con unos jóvenes, al tiempo que piden más bebida para sus secas y profundas gargantas.
Luis se tamabalea y casi se cae, pero sus amigos lo aguantan y empiezan a reir fuertemente hasta apagar con sus risas la voz de los Charanga Habanera que se pelean con su Tú no eres mejor que yo. El clima se hace tenso y Yaslín la camarera les llama la atención. Le sienta tan mal a Luis que se mete mano en el gabán sucio de óxido y grasa -que no se ve por la escasa luz del ambiente- y esgrime en su temblorosa mano una Sig Sauer 9mm Pb, la amartilla y coloca encima la barra, sobre un cerco de wiskey de garrafón.
-Nena, soy el jefe...... y esta noche manda mi polla- le grita.
Por instinto Yaslín levanta las manos y deja caer una copa de cristal barato que le resbala de los dedos paralizados por el susto.
-Y ahora llena estas copas y la del resto de la sala, rápido, cojones!
Jaime y José estupefactos, no gozan decir nada, pero piensan que ha perdido el juicio. Les ordena que bloqueen la puerta de entrada y hace sentarse a un mulato que venía del rincón puesto a hacerse el gallito. Coge un taburete y atiza sobre la caja registradora un viaje que el marcador con números verdes acaba en los pies de la brasileña de la mesa. En el fondo del local Natalia la Uruguaya, aprovecha la tenue luz y saca el movil del escote, y marca el número de su hermana que tiene registrado en la memoria.
-Nos tienen secuestradas, llama a la Guardia Civil.- Le susurra.
En menos de veinte minutos, la puerta del local cedió a la presión del ariete de los picoletos.. Un ariete que el teniente Bermúdez hizo construir a los hermanos González, herreros de profesión, vecinos del cuartel de la Benemérita, junto a la Plaza de España y que guardaban en el cuarto de municiones. Lo quiero cargadito les dijo hace 8 años cuando lo encargó. Nicolás González rellenó de plomo la estructura de hierro forjado a tres capas de ocho milimetros. Se necesitaban 8 personas para manejarlo. Doscientos cuarenta kilos de vellón.
Bastó un "a la de dos" para tirar la puerta abajo, los goznes cedieron como mantequilla, y el equipo con sus ropas verdes entró en el local con un ¡¡¡Alto a la Guardia Civil!!! Ni tiempo tuvieron de decir nada, en un plis y con tres me cago en la leche, maldita la fulana que me la mamó y a la mierda la autoridad. Se llevaban a los tres supuestos.
A la mañana siguiente la cola de rumanos, gitanos y negros permanecía frente la chatarrería. Pero no sabían que nadie iría a abrir. Desde la celda del Centro Penitenciario Albolote de Granada, Luis se despertaba de la borrachera y ajeno a lo que ocurriría a cincuenta kilómetros, se rascó los huevos y esputó otra flema verde esta vez junto al barrote de la celda. Coño, ya estoy en casa.
Carritos del mercadona tuneados esperan haciendo cola llenos de lámparas, cables eléctricos, hasta tapas de alcantarillas algunos. Pronto van a abrir, pero los rumanos no quieren hacer cola e intentan pasar a un nigeriano que lleva una bicicleta con un cajón con dos planchas, una cafetera y lo que parece ser unas pesas de gimnasio. Un gitano pone paz mientras invita a tabaco de liar a los rumanos.
Y aparece Luis, el dueño de la chatarrería, -muy güenos días a todos- y se dirige mirando de reojo a los presentes hacia el interior del chamizo; coge la botella del primer cajón del archivador y se mete entre pecho y espalda una copa de brandy, esputa una flema verde que queda junto a la maceta de la entrada. Quita el candado y el personal va entrando con sus carritos llenos de todo tipos de metales a punto para colocar en la báscula que, marca todo lo que pesa y no pesa todo lo que marca.
9:00 am
Jaime y José, sus dos amigos y ayudantes, llegan tarde, pero vienen con un tipo con melena oscura y unas rayban aviator de espejo que esconden su mirada e intimidan. Tras las montañas de hierros está Luis despachando a una gitana que lleva plomo de tubería. Jaime y José llevan al forastero hasta éste y se lo presentan. Tras diez minutos de charla entra con un furgón y empiezan a descargar de la parte de atrás bobinas de cobre de tendido eléctrico de procedencia "peligrosa". Tras pactar el precio, paga y despacha al melenas y sonríe, acaba de hacer un buen negocio. Queda a las 9 de la noche en el bar del Jupe para celebrar la transacción con sus amigos. Atrás quedan los días de cárcel, los pases de pernocta y la comida de rancho. Bienvenidos al siglo del metal, lo único que parece que vale. Es más fácil fundir los metales que sacarlos de la mina.
9:00 pm
Luis ya está entonado cuando aparecen Jaime y José "los Jotas" como les llaman en Benalúa, se toman unas cañas y Luis les dice:
-Vamos a celebrar como toca, el negocio, mientras eructa hacia dentro. Se le desencaja la cara entre el alcohol y los vahos etílicos de su propio eructo.
Cogen la furgoneta de la chatarrería y enfilan la A92 hacia Granada, y se desvían al Club Las Palomas. Luis casi atropella al perro del parking y se rie como un descosido mientras sus amigotes le siguen. Pasar un rato en las Palomas con unas copas y unas zorras se le antoja un buen festejo para finalizar el día.
Acceden al recinto y toman posición en la barra. La camarera les da las buenas noches y les pide qué desean beber. Se piden unos cubatas, mientras en las mesas redondas con focos halógenos unas brasileñas rien falsamente con unos jóvenes, al tiempo que piden más bebida para sus secas y profundas gargantas.
Luis se tamabalea y casi se cae, pero sus amigos lo aguantan y empiezan a reir fuertemente hasta apagar con sus risas la voz de los Charanga Habanera que se pelean con su Tú no eres mejor que yo. El clima se hace tenso y Yaslín la camarera les llama la atención. Le sienta tan mal a Luis que se mete mano en el gabán sucio de óxido y grasa -que no se ve por la escasa luz del ambiente- y esgrime en su temblorosa mano una Sig Sauer 9mm Pb, la amartilla y coloca encima la barra, sobre un cerco de wiskey de garrafón.
-Nena, soy el jefe...... y esta noche manda mi polla- le grita.
Por instinto Yaslín levanta las manos y deja caer una copa de cristal barato que le resbala de los dedos paralizados por el susto.
-Y ahora llena estas copas y la del resto de la sala, rápido, cojones!
Jaime y José estupefactos, no gozan decir nada, pero piensan que ha perdido el juicio. Les ordena que bloqueen la puerta de entrada y hace sentarse a un mulato que venía del rincón puesto a hacerse el gallito. Coge un taburete y atiza sobre la caja registradora un viaje que el marcador con números verdes acaba en los pies de la brasileña de la mesa. En el fondo del local Natalia la Uruguaya, aprovecha la tenue luz y saca el movil del escote, y marca el número de su hermana que tiene registrado en la memoria.
-Nos tienen secuestradas, llama a la Guardia Civil.- Le susurra.
En menos de veinte minutos, la puerta del local cedió a la presión del ariete de los picoletos.. Un ariete que el teniente Bermúdez hizo construir a los hermanos González, herreros de profesión, vecinos del cuartel de la Benemérita, junto a la Plaza de España y que guardaban en el cuarto de municiones. Lo quiero cargadito les dijo hace 8 años cuando lo encargó. Nicolás González rellenó de plomo la estructura de hierro forjado a tres capas de ocho milimetros. Se necesitaban 8 personas para manejarlo. Doscientos cuarenta kilos de vellón.
Bastó un "a la de dos" para tirar la puerta abajo, los goznes cedieron como mantequilla, y el equipo con sus ropas verdes entró en el local con un ¡¡¡Alto a la Guardia Civil!!! Ni tiempo tuvieron de decir nada, en un plis y con tres me cago en la leche, maldita la fulana que me la mamó y a la mierda la autoridad. Se llevaban a los tres supuestos.
A la mañana siguiente la cola de rumanos, gitanos y negros permanecía frente la chatarrería. Pero no sabían que nadie iría a abrir. Desde la celda del Centro Penitenciario Albolote de Granada, Luis se despertaba de la borrachera y ajeno a lo que ocurriría a cincuenta kilómetros, se rascó los huevos y esputó otra flema verde esta vez junto al barrote de la celda. Coño, ya estoy en casa.
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