Sentado en mi duro asiento de terminal. -Aena nunca entenderá que las esperas pueden ser largas, muy largas- Cansado del día. Con los ojos rojos de sangre de la conjuntivitis crónica; del madrugar a esas horas en que las farolas de las calles no sabes si alumbran el final de la noche o el principio del día. La boca seca de tanto hablar y la mandíbula dolorida de tanto reir.
Así me encuentro, cuando veo cómo se acerca una pareja joven, cada uno con una trolley tamaño estándar. Se sientan cada uno en un asiento contiguo. Flushh... se adelanta él sacando de un gabán rajado, con más mugre que el palo de un gallinero, un móvil-smartfon-agendaelectrónica-aipad o como carajo se llame. Clik, desliza el dedo y entra en el mundo de Neo, conectado en la nuca.. Ya está. Just logged in.
Ella de una mochila extrae otro movileto rosa y clic espera unos segundos y empieza a conversar con alguien al otro lado del dispositivo. También ha llegado a su otro mundo, cuelga y repite la operación con otro interlocutor.
Él continúa en su realidad virtual. Distantes los dos, en un mismo planeta, pero en mundos paralelos.
Entonces es cuando piensas si la tecnología sirve para acercarnos a la gente, con sus redes sociales, mensajes y videoconferencias mientras nos aleja de nuestras parejas y nuestro mundo real. Sabemos más de Antonia (una conocida de la última fiesta de verano, padres separados, fecha de cumpleaños 12 junio, viaja mucho a Berlín y ahora está en Madrid, le encanta la lencería negra) que de nuestra propia pareja que hace diez años que estás con ella.
El vuelo de Ryanair con destino en territorio nacional inicia su embarque. Y los dos autómatas apuran al máximo y clic regresan de nuevo. Esconden sus terminales, recogen macutos y se dirigen a la puerta de emabarque. No han cruzado palabra, ajenos a ellos mismos y a mi mirada observadora, sólo quieren volar, sin remordimientos y sin cobertura. Sólo volar.
Así me encuentro, cuando veo cómo se acerca una pareja joven, cada uno con una trolley tamaño estándar. Se sientan cada uno en un asiento contiguo. Flushh... se adelanta él sacando de un gabán rajado, con más mugre que el palo de un gallinero, un móvil-smartfon-agendaelectrónica-aipad o como carajo se llame. Clik, desliza el dedo y entra en el mundo de Neo, conectado en la nuca.. Ya está. Just logged in.
Ella de una mochila extrae otro movileto rosa y clic espera unos segundos y empieza a conversar con alguien al otro lado del dispositivo. También ha llegado a su otro mundo, cuelga y repite la operación con otro interlocutor.
Él continúa en su realidad virtual. Distantes los dos, en un mismo planeta, pero en mundos paralelos.
Entonces es cuando piensas si la tecnología sirve para acercarnos a la gente, con sus redes sociales, mensajes y videoconferencias mientras nos aleja de nuestras parejas y nuestro mundo real. Sabemos más de Antonia (una conocida de la última fiesta de verano, padres separados, fecha de cumpleaños 12 junio, viaja mucho a Berlín y ahora está en Madrid, le encanta la lencería negra) que de nuestra propia pareja que hace diez años que estás con ella.
El vuelo de Ryanair con destino en territorio nacional inicia su embarque. Y los dos autómatas apuran al máximo y clic regresan de nuevo. Esconden sus terminales, recogen macutos y se dirigen a la puerta de emabarque. No han cruzado palabra, ajenos a ellos mismos y a mi mirada observadora, sólo quieren volar, sin remordimientos y sin cobertura. Sólo volar.
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